Maestro de la ironía y el engaño




 Cuando llegué a Scala Coeli,  hermoso pueblo de Calabria, en misión periodística, todos los caminos de la información conducían a Guido,  una especie de leyenda viviente, cuya fama había trascendido las fronteras del pueblo.
 Todos aquellos a quienes consulté sobre el tema motivo de mi viaje, y que hoy ya no recuerdo, estaban seguros de que a pesar de su juventud, él era la única persona que podía ayudarme. Aunque la mayoría insistía en que  era más que difícil encontrarlo y casi imposible  hablar con él; que era hombre rudo, solitario y de pocas palabras; que no le gustaban los extranjeros, como a la mayoría de la gente del pueblo, pero que casi ninguno admitía.
Todo esto solo servía para alimentar mi fantasía y aumentar mis deseos de conocerlo.
En principio, recorrí los lugares comunes de un pueblo, donde se supone que es posible encontrar a un hombre. No tuve éxito alguno, por otra parte absolutamente nadie quería darme  información precisa sobre su domicilio.
Que vive en la montaña… que no le gusta recibir en su casa…y algunos más concisos decían que dar su dirección era un enorme riesgo.
Así pasaron varios días hasta que una mañana, alguien dejó una esquela en el hotel donde  me hospedaba diciendo que Guido me  vería esa tarde, a las siete, en el único bar del pueblo.
Con la última campanada del reloj de la iglesia, lo vi. Cruzaba la plaza, no tuve la menor duda, era él.
Se acercó, me extendió una inesperada y suave mano y sin más trámite se instaló en la silla que estaba frente a mí. Su actitud daba a entender que no iba a quedarse allí por el resto del día y que me estaba concediendo un gran honor con su presencia.
Hoy, varios meses después, aún está vigente lo que escribí en mi cuaderno de notas cuando regresé al hotel aquella tarde:
Lo primero que impresiona en él es su corpulencia Lo segundo es su aspecto juvenil…sin referencia a edad alguna. Tiene unos intensos ojos negros, una sonrisa pequeña, largas y brillantes patillas, y unos bigotes prolijamente recortados.  Tanto por su físico como por su modo de presentarse no se comprende por qué es tan difícil encontrarlo, porqué se dice que es rudo e insociable, en realidad parece un dandy.
         Clavó en mí una dura mirada y sentí que estaba cortándome en mil pedazos, sin embargo, de manera sorpresiva sonrió y  ahorrándome toda posible participación  dijo:
 -Usted es la periodista que quiere saber sobre mi gente. Bien, voy a contarle una historia.
-Hace más de sesenta años, un domingo a la tarde, María y Cayetano, mis abuelos,  decidieron  viajar desde la ciudad donde vivían hasta un pueblo vecino con el fin de visitar a algunos parientes. Como siempre, acompañados por Elisa y Rita, hermanas del abuelo.
Cuando el tren se detuvo en la estación donde debían bajarse, vieron una guardia armada, justo frente al coche en el que viajaban.  Cayetano, temblando y mostrando un miedo irracional  rogó a su mujer a sus hermanas que permanecieran en el coche, quietas y en silencio, dándoles el ejemplo.
 Unos segundos más tarde, Elisa que no pudo contenerse más, se asomó por la ventanilla a tiempo para ver como los soldados, ya la altura de la locomotora, dejaron el andén y tomaron el camino hacia el pueblo. 
En ese momento el jefe de estación llegó arrastrando el banderín por el suelo, mirándose los zapatos, de pronto se irguió, levantó el banderín verde al tiempo que con el silbato indicaba la inmediata partida del tren, produciendo un gran alivio a mi abuelo y a las mujeres que lo acompañaban, que sin saber por qué permanecían silenciosas en sus asientos. Nunca habían visto tan asustado a Cayetano pero ninguna de ellas se atrevió a preguntarle la razón de su miedo.     
-La parada siguiente era en  este pueblo, - continuó animado Guido- La familia bajó del tren apresuradamente y todos juntos se dirigieron al primer piso donde estaba la venta de pasajes.
Mi abuelo, pálido, trataba de explicarle al vendedor que se habían equivocado de estación, que debían haberse bajado en la parada anterior y otras excusas apenas audibles, mientras a su lado María asentía con gestos de cabeza y tratando de contener el aliento.
 El empleado indiferente,  le dijo  que no se preocupara, que sólo era un pequeño equívoco sin importancia y  que podrían tomar el siguiente tren que partiría hacia Roma dos horas más tarde.
Guido hizo una pausa efectista, como midiendo el tamaño de mi inocencia o de mi estupidez.  Sonriendo miró de reojo a nuestro alrededor, como buscando la complicidad de alguien y continuó con voz firme
-La  tía Elisa, aún hoy recuerda aquellos momentos y los describe más o menos así:
"Cayetano pestañeó, palideció todavía más y, por un instante, pensé que iba a tener uno de esos ataques de rabia que habían sido la pesadilla de mi infancia. Pero se limitó a decirme secamente:  
         -No veo razón alguna para que me mires de ese modo. O es la primera vez que me ves tratando de no parecer ridículo.
Salimos desternillándonos de risa: ¡un pequeño equívoco sin importancia! Y abajo, todos seguimos riéndonos del aire furibundo de Cayetano”, agregaba Elisa, sin disimular una sonrisa.
En fin - dijo Guido tocándose el bigote y en tono cortante como si ya no tuviera más paciencia para continuar con el relato - las dos horas que permanecieron en el pueblo fueron suficientes para que disidieran quedarse aquí para siempre.
         Y sin más explicaciones,  empujó con rudeza  su silla hacia atrás, se levantó y haciéndome y un gesto de adiós con la mano, me dejó sola.
         Ese abrupto final, la mirada que me dirigió Guido antes de irse, las sonrisas de la gente que nos rodeaba, todo eso me sorprendió  y  tuve un presentimiento: toda la historia podía ser una farsa. Probablemente ese hombre  era un maestro de la ironía, del engaño o  quizás un loco que contaba con el apoyo de la gente del pueblo.
Terminé el ya helado café y regresé al hotel.  Después de varias horas aún seguía preguntándome cuál había sido la razón de mi viaje, lo había olvidado completamente frente a la experiencia de haber escuchado una inverosímil historia de boca de un extraño personaje.
Todavía hoy, varios años después tengo preguntas sin respuesta: ¿Quién es verdaderamente Guido? ¿El y todo el pueblo se burlaron de mí?
Lo sucedido me pareció tan irreal, que aquella tarde me hice el firme propósito de no escribirlo nunca, por temor a que nadie me creyera
Pero como notarán, no he podido cumplirlo.
 MartaArabia

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